La Divina Comedia

CANTO XVIII

Se recreaba ya en sus reflexiones

aquel beato espejo, y yo en las mías,

temperando lo amargo con lo dulce;

y la mujer que a Dios me conducía

dijo: «Cambia de idea; porque estoy

cerca de aquel que lo injusto repara.»

Yo entonces me volví al son amoroso

de mi consuelo; y no he de referiros

el mucho amor que vi en sus santos ojos:

no sólo es que no fíe en mis palabras,

sino que la memoria no repite,

sin una gracia, lo que la supera.

Sólo puedo decir de aquel instante,

que, volviendo a mirarla, estuvo libre

mi afecto de cualquier otro deseo,

mientras el gozo eterno, que directo

irradiaba en Beatriz, desde sus ojos

con su segundo aspecto me alegraba.

Vencido con la luz de su sonrisa,

ella me dijo: «Vuélvete y escucha;

no está en mis ojos sólo el Paraíso.»

Como se ve en la tierra algunas veces

el afecto en la vista, si es tan grande,

que por él todo el alma es poseída,

así en el flamear del fulgor santo

al que yo me volví, supe el deseo

que tenía aún de hablarme un poco más,

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