Se recreaba ya en sus reflexiones
aquel beato espejo, y yo en las mías,
temperando lo amargo con lo dulce;
y la mujer que a Dios me conducía
dijo: «Cambia de idea; porque estoy
cerca de aquel que lo injusto repara.»
Yo entonces me volví al son amoroso
de mi consuelo; y no he de referiros
el mucho amor que vi en sus santos ojos:
no sólo es que no fíe en mis palabras,
sino que la memoria no repite,
sin una gracia, lo que la supera.
Sólo puedo decir de aquel instante,
que, volviendo a mirarla, estuvo libre
mi afecto de cualquier otro deseo,
mientras el gozo eterno, que directo
irradiaba en Beatriz, desde sus ojos
con su segundo aspecto me alegraba.
Vencido con la luz de su sonrisa,
ella me dijo: «Vuélvete y escucha;
no está en mis ojos sólo el Paraíso.»
Como se ve en la tierra algunas veces
el afecto en la vista, si es tan grande,
que por él todo el alma es poseída,
así en el flamear del fulgor santo
al que yo me volví, supe el deseo
que tenía aún de hablarme un poco más,