Siguió entonces por una oculta senda
entre aquella muralla y los martirios
mi Maestro, y yo fui tras de sus pasos.
«Oh virtud suma, que en los infernales
circulos me conduces a tu gusto,
háblame y satisface mis deseos:
a la gente que yace en los supulcros
¿la podré ver?, pues ya están levantadas
todas las losas, y nadie vigila.»
Y él repuso: «Cerrados serán todos
cuando aquí vuelvan desde Josafat
con los cuerpos que allá arriba dejaron.
Su cementerio en esta parte tienen
con Epicuro todos sus secuaces
que el alma, dicen, con el cuerpo muere.
Pero aquella pregunta que me hiciste
pronto será aquí mismo satisfecha,
y también el deseo que me callas.»
Y yo: «Buen guía, no te oculta nada
mi corazón, si no es por hablar poco;
y tú me tienes a ello predispuesto.»
«Oh toscano que en la ciudad del fuego
caminas vivo, hablando tan humilde,
te plazca detenerte en este sitio,
porque tu acento demuestra que eres
natural de la noble patria aquella
a la que fui, tal vez, harto dañoso.»