La Divina Comedia

CANTO XVII

«Mira la bestia con la cola aguda,

que pasa montes, rompe muros y armas;

mira aquella que apesta todo el mundo.»

Así mi guía comenzó a decirme;

y le ordenó que se acercase al borde

donde acababa el camino de piedra.

Y aquella sucia imagen del engaño

se acercó, y sacó el busto y la cabeza,

mas a la orilla no trajo la cola.

Su cara era la cara de un buen hombre,

tan benigno tenía lo de afuera,

y de serpiente todo lo restante.

Garras peludas tiene en las axilas;

y en la espalda y el pecho y ambos flancos

pintados tiene ruedas y lazadas.

Con más color debajo y superpuesto

no hacen tapices tártaros ni turcos,

ni fue tal tela hilada por Aracne.

Como a veces hay lanchas en la orilla,

que parte están en agua y parte en seco;

o allá entre los glotones alemanes

el castor se dispone a hacer su caza,

se hallaba así la fiera detestable

al horde pétreo, que la arena ciñe.

Al aire toda su cola movía,

cerrando arriba la horca venenosa,

que a guisa de escorpión la punta armaba.

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