«Mira la bestia con la cola aguda,
que pasa montes, rompe muros y armas;
mira aquella que apesta todo el mundo.»
Así mi guía comenzó a decirme;
y le ordenó que se acercase al borde
donde acababa el camino de piedra.
Y aquella sucia imagen del engaño
se acercó, y sacó el busto y la cabeza,
mas a la orilla no trajo la cola.
Su cara era la cara de un buen hombre,
tan benigno tenía lo de afuera,
y de serpiente todo lo restante.
Garras peludas tiene en las axilas;
y en la espalda y el pecho y ambos flancos
pintados tiene ruedas y lazadas.
Con más color debajo y superpuesto
no hacen tapices tártaros ni turcos,
ni fue tal tela hilada por Aracne.
Como a veces hay lanchas en la orilla,
que parte están en agua y parte en seco;
o allá entre los glotones alemanes
el castor se dispone a hacer su caza,
se hallaba así la fiera detestable
al horde pétreo, que la arena ciñe.
Al aire toda su cola movía,
cerrando arriba la horca venenosa,
que a guisa de escorpión la punta armaba.