Domingo, 18
EL sobrinillo del anciano empleado que resultó herido en un ojo por la bola de nieve que lanzara Garoffi está con la maestra de la pluma roja; lo hemos visto hoy en casa de su tÃo, que lo tiene como a un hijo. Yo habÃa terminado de escribir el cuento mensual para la próxima semana, titulado El pequeño escribiente florentino, que me habÃa dado el maestro a copiar, cuando me ha dicho mi padre:
—Vamos a subir al cuarto piso para ver cómo tiene el ojo aquel señor.
Hemos entrado en una habitación casi oscura, donde estaba acomodado el viejo, sentado en la cama, teniendo varios almohadones por detrás. A la cabecera se hallaba su mujer, y el sobrinillo se encontraba a un lado, entreteniéndose con unos juguetes.
El viejo tenÃa un ojo vendado.
Se ha alegrado mucho al ver a mi padre; le ha hecho sentarse y le ha dicho que se encuentra mejor, que no perderá el ojo y que le habÃa asegurado el médico que dentro de unos dÃas estará curado del todo.
—Fue una desgracia —añadió—. Siento el susto que debió llevarse aquel chiquito.
Después nos ha hablado del médico, que debÃa venir a esa hora. En ese preciso momento suena el timbre.
—Debe ser el médico —dijo el ama.