Lunes, 9
SÍ, pero también aprecio a Precossi, y me parece poco decir que le aprecio. Es el hijo del herrero, el chico pálido, de mirada bondadosa y triste, tan tímido, que pide perdón por cualquier cosa; siempre enfermucho y, sin embargo, tan estudioso.
No es raro que vuelva su padre a casa borracho. Le pega sin motivo, le tira de un revés los libros y cuadernos, y el pobrecito va a la escuela con el semblante lívido, algunas veces hinchado, y los ojos inflamados de tanto llorar.
Pero nunca jamás se le oye decir que su padre le ha pegado.
—Tu padre te ha dado una tunda —le dicen los compañeros.
—No es verdad, no es verdad —responde para no dejar en mal lugar a su padre.
—Esta hoja no la has quemado tú —le dice el maestro, mostrándole el cuaderno medio quemado.
—Sí, señor —responde con voz temblorosa—. He sido yo. Se me ha caído sin querer a la lumbre.
Pero todos sabemos muy bien que su padre, estando borracho, ha dado un puntapié a la mesa y a la luz cuando el chico estaba haciendo los deberes de la escuela.