—¡Si usted supiese lo que este hijo me hace sufrir, tendrÃa compasión de mÃ! ¡Por favor, admÃtalo! Yo creo que llegará a enmendarse. No espero vivir mucho tiempo, pues llevo la muerte dentro de mÃ. Pero antes de expirar desearÃa verle cambiar, porque…
El llanto ahogó sus palabras y no pudo terminar la frase; luego añadió:
—Es mi hijo, lo quiero y morirÃa de pena; admÃtalo de nuevo, señor Director, para que no sobrevenga una desgracia en la familia. ¡Hágalo por caridad hacia una pobre madre! —y se cubrió el rostro con ambas manos, sin parar de sollozar.
Franti permanecÃa impasible, con la cabeza baja. El Director le miró, estuvo un rato pensativo y, al fin, le dijo:
—Vete a tu sitio.
La madre se quitó entonces las manos de la cara, muy consolada, y empezó a darle las gracias, sin dejar de hablar al Director, y se marchó hacia la puerta, enjugándose los ojos y diciendo atropelladamente:
—Hijo mÃo, sé bueno. Tengan paciencia con él. Muchas gracias, señor Director; ha hecho usted una gran obra de caridad. Adiós, hijo. Pórtate bien. Buenos dÃas, niños. Gracias, señor maestro; hasta la vista. Perdonen tanta molestia. ¡Soy una madre…!