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El tren de juguete

Viernes, 10

AYER vinieron a casa Precossi y Garrone. Yo creo que no se les habría recibido con mayor alborozo y atenciones si hubiesen sido hijos de príncipes. Garrone era la primera vez que venía, porque es bastante huraño y se avergüenza un tanto de ser compañero nuestro de clase siendo tan grandón. Todos los de casa acudimos a abrirles la puerta en cuanto llamaron. Crossi no vino, porque al fin ha llegado su padre de América, después de seis años de ausencia. Mi madre besó inmediatamente a Precossi, y mi padre le presentó a Garrone, diciéndole:

—Aquí tienes a este compañero de tu hijo, que no es solamente un buen muchacho, sino todo un gentilhombre.

Garrone bajó su rapada cabeza, sonriéndose a escondidas conmigo. Precossi llevaba su medalla, y estaba contento porque su padre ha reanudado el trabajo y hace cinco días que no prueba la bebida, quiere que esté con él en la herrería, y parece otro.

Yo saqué todos mis juguetes y empezamos a entretenernos. Precossi quedó encantado ante el trenecito que anda cuando se le da cuerda; nunca lo había visto, y devoraba con la vista la maquinita y los vagoncitos rojos y amarillos. Le entregué la llave para que se divirtiera a sus anchas; se arrodilló y ya no volvió a levantar la cabeza.

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