A aquella hora sólo pasaban por la calle niñas y nadie podía separarlos. Franti lo tiró al suelo; pero Stardi se puso enseguida en pie y volvió a plantarle cara, aunque sin poder evitar que el otro lo zarandease y lo golpeara como a una puerta. Al cabo de unos momentos, le arrancó media oreja, le amorató un ojo y le rompió las narices, por las que le salía sangre abundante. Mas no por eso cejó Stardi, que decía:
—Tú me matarás, pero me las has de pagar.
Franti no cesaba de dar a su contrario puntapiés y puñetazos. Una mujer gritó desde la ventana:
—¡Bravo por el pequeño!
Otras decían:
—Ese chico defiende a su hermana. ¡Animo, valiente!
Y a Franti le gritaban:
—¡Te haces el chulo porque eres mayor que él! ¡Cobarde!
El muy granuja echó la zancadilla a Stardi y éste cayó debajo de él:
—¡Ríndete! —le dijo Franti.
Stardi le replicó:
—¡No!
Logró escabullirse de su enemigo y se puso de nuevo en pie; Franti le agarró entonces por la cintura y, con un esfuerzo furioso, lo tiró al empedrado y le puso una rodilla sobre el pecho.