Martes, 28
EL albañilito está gravemente enfermo; el maestro nos recomendó que fuésemos a verle, y convinimos Garrone, Derossi y yo en ir los tres juntos. Stardi gustosamente nos habría acompañado; pero como el maestro nos encargó la descripción del Monumento a Cavour, dijo que quería verlo para hacer más exacta la descripción. Por probar también, invitamos al orgulloso de Nobis, que nos dio una rotunda negativa. Votini se excusó, quizás por miedo a mancharse el traje de yeso. Nos fuimos al salir de la escuela, a las cuatro. Llovía a cántaros. Por el camino se detuvo Garrone y dijo con la boca llena de pan:
—¿Qué vamos a comprar? —y hacía sonar dos monedas que llevaba en el bolsillo.
Pusimos diez céntimos cada uno y compramos tres grandes naranjas.
Subimos a la buhardilla. Delante de la puerta Derossi se quitó la medalla y se la guardó en el bolsillo. Le pregunté por qué lo hacía y me respondió:
—Bueno, no sé… para no presentarme con ella…; me parece más delicado no llevar la medalla.
Llamamos y nos abrió el padre de nuestro compañero. Era un hombretón formidable, como un gigante, pero tenía alterado el semblante y parecía asustado.
—¿Quiénes sois? —preguntó.
Garrone respondió.