El maestro se le ha acercado, lo ha estrechado contra sà y le ha dicho:
—Llora, llora, pobre chico, pero no pierdas el ánimo y ten valor. Tu madre ya no está aquÃ, pero te ve, te quiere y no se aleja de tu lado… y un dÃa la volverás a ver, porque tienes un alma buena y honrada como ella. ¡Mucho valor, hijo mÃo!
Dicho esto, lo ha acompañado al banco, cerca de mÃ. Yo no me atrevÃa a mirarlo. Al sacar los libros y cuadernos, que no habÃa abierto desde hace muchos dÃas, y ver en el libro de lectura un dibujo que representa a una madre llevando al hijo de la mano, ha vuelto a llorar copiosamente, inclinando la cabeza en el brazo. El maestro nos ha hecho señal de dejarlo en paz, y ha comenzado la lección.
Me habrÃa gustado decirle muchas cosas; pero no se me ocurrÃa nada. Al fin le he puesto una mano en el brazo y le he dicho al oÃdo:
—No llores, Garrone.
El no me ha respondido, limitándose a colocar un ratito su mano encima de la mÃa, pero sin levantar la cabeza.
A la salida, nadie le ha hablado, pero todos le hemos rodeado con respetuoso silencio.