—Te ruego me perdones… por las palabras injuriosas… insensatas… y groseras… que te dije ayer, ofendiendo a tu padre… al cual tiene el mío el honor… de estrechar la mano.
El señor Nobis alargó la mano al carbonero, quien se la estrechó con fuerza, y enseguida empujó a su hijo hacia los brazos de su compañero Carlos.
—Le agradeceré —dijo el padre de Nobis al señor maestro— que los ponga juntos, en el mismo banco.
Nuestro maestro accedió y le dijo a Betti que se sentara al lado de Nobis.
Cuando estuvieron juntos, el padre de Carlos saludó y salió.
El carbonero permaneció un momento pensativo, mirando a los dos escolares en el mismo banco; después se les acercó, miró a Nobis con expresión de afecto y de remordimiento a la vez, como si quisiera decirle algo, pero no le dijo nada; alargó la mano para hacerle una caricia y se contuvo, limitándose a rozarle ligeramente la frente con sus toscos dedos. Luego se acercó a la puerta y, volviéndose una vez más para mirarlo, desapareció.
—Acordaos bien de lo que acabáis de ver —dijo el señor maestro—; es la mejor lección del año.