Domingo, 13
MI padre me perdonó, aunque yo me quedé bastante triste, y mi madre me mandó a dar un paseo con el hijo mayor del portero. A mitad del paseo, cuando estábamos cerca de un carro parado delante de una tienda, oigo que me llaman por mi nombre, y me vuelvo.
Era Coretti, mi compañero de clase, con su jersey color chocolate y su gorra de piel, sudando y alegre, que llevaba un gran haz de leña al hombro. Un hombre subido al carro le echaba un brazado de leña vez por vez; él lo cogía y lo llevaba a la tienda de su padre, donde los iba amontonando de prisa y corriendo.
—¿Qué haces, Coretti? —le pregunté.
—Pues ya lo ves —respondió, tendiendo los brazos para recibir la carga—; repaso la lección.
Me hizo reír. Pero hablaba en serio, y después de coger la leña, empezó a decir corriendo:
—Llámense accidentes del verbo… sus variaciones según el número…, según el número y la persona… —luego, echando y amontonando la leña—, según el tiempo…, según el tiempo al que se refiere la acción.
Y volviendo hacia el carro para recibir otro brazado:
—… según el modo con que se enuncia la acción.
Era nuestra lección de Gramática para el día siguiente.