Corazón

Nuestro maestro

Martes, 18

TAMBIÉN me gusta desde esta mañana mi nuevo maestro.

Al entrar, estando él sentado en su sillón, se asomaban de vez en cuando a la puerta de la clase algunos alumnos suyos del curso anterior para saludarle.

—Buenos días, señor maestro.

—Buenos días, señor Perboni.

Algunos entraban, le estrechaban la mano y se marchaban de prisa. Se notaba que le querían y que gustosamente habrían continuado en su clase. El maestro les respondía:

—Buenos días.

Y les apretaba la mano que le ofrecían, pero sin fijarse en ninguno; a cada saludo permanecía serio y vuelto hacia la ventana, con la arruga de la frente más pronunciada, mirando al tejado de una casa próxima. En lugar de alegrarse por los saludos, parecía que le causaban pena. Luego nos miraba uno a uno detenidamente.