Viernes, 16
CONTINÚA nevando sin cesar. Esta mañana, a causa de la nieve, ha ocurrido un serio percance cuando salÃamos de la escuela. Un tropel de chiquillos, en cuanto llegaron a la plaza, empezaron a tirar bolas de nieve acuosa tan duras y pesadas como piedras. Por la acera pasaba mucha gente. Un señor gritó:
—¡Alto, chavales!
¡ALTO, CHAVALES!
Pero en aquel preciso momento se oyó por otra parte un agudo chillido, viéndose a un anciano que habÃa perdido el sombrero y andaba vacilante, cubriéndose la cara con las manos, y junto a él un niño que gritaba:
—¡Auxilio! ¡Socorro!
Inmediatamente acudió gente de todas partes. Le habÃa pegado una bola en un ojo. Todos los muchachos escaparon a la desbandada, corriendo como flechas. Yo estaba delante de la librerÃa, adonde habÃa entrado mi padre, y vi llegar de prisa a varios compañeros mÃos, que se mezclaron entre los demás fingiendo que miraban los escaparates: eran Garrone con su acostumbrado panecillo en el bolsillo, Coretti, el albañilito, y Garoffi, el de los sellos de correos.