Cuéntase—pero Alah es más sabio, más prudente, más poderoso y más benéfico—que en lo que transcurrió en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo un rey entre los reyes de Sassan, en las islas de la India y de la China[5]. Era dueño de ejércitos y señor de auxiliares, de servidores y de un séquito numeroso. TenÃa dos hijos, y ambos eran heroicos jinetes, pero el mayor valÃa más aún que el menor. El mayor reinó en los paÃses, gobernó con justicia entre los hombres, y por eso le querÃan los habitantes del paÃs y del reino. Llamábase el rey Schahriar[6]. Su hermano, llamado Schahzaman[7], era el rey de Samarcanda Al-Ajam.
Siguiendo las cosas el mismo curso, residieron cada uno en su paÃs, y gobernaron con justicia á sus ovejas durante veinte años. Y llegaron ambos hasta el lÃmite del desarrollo y el florecimiento.
No dejaron de ser asÃ, hasta que el mayor sintió vehementes deseos de ver á su hermano. Entonces ordenó á su visir que partiese y volviese con él. El visir contestó: «Escucho y obedezco.»