… Nadie sabe lo que nos va a ocurrir, pero de todos modos creo que hemos llegado al fin. Estas palabras son duras, no obstante debes interpretarlas como las escribo. Desde el día en que nos despedimos y me convertí en soldado todo ha cambiado radicalmente. Entonces vivíamos aún con la idea —alimentada por mil ilusiones y esperanzas— de que todo se daría con bien de una manera cierta. Y sin embargo, en las palabras de despedida que habían de servir de consuelo a nuestra felicidad de marido y mujer, se ocultaba ya una inquietante preocupación. Me acuerdo todavía de una carta tuya en la que me decías que desearías poderte cubrir la cara con las manos y olvidar. Y yo te escribí después que era necesario hacerlo así y que las noches del Este eran mucho más oscuras y penosas que las de casa.
Pues bien, las oscuras noches del Este siguen siendo oscuras y lo son mucho más que nunca. En estas noches, uno trata de indagar el sentido profundo de la vida e incidentalmente obtiene una respuesta. Ahora a nosotros nos separan el espacio y el tiempo y yo estoy a punto de pasar el umbral que se encuentra entre nuestro pequeño mundo propio y aquel otro mundo que es mucho mayor y más peligroso: el de la nada, por supuesto. Sólo comprendería lo que significa ser marido y mujer en su recto y profundo sentido si hubiese pasado ya los días de la guerra. Y ahora, lo sé también porque te escribo estas líneas postreras.