Las ultimas cartas de Stalingrado

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… Su carta llegó hace un año a manos de un desconocido que estaba solo en el mundo. La recogí y en los largos días de invierno ausculté el latido que en ella me hablaba. El latido de los campesinos, de las tempestades, del cálido viento del sur y de los aludes.

Usted escribía siempre que el soldado desconocido tenía que extraer de las cartas ánimo, energía, fe y valor. Y hoy he de decirle a usted que en sus líneas he sorbido ánimo, energía y también valor. Pero la fe en la buena causa ha muerto. Tan muerta está como los cien mil que lo estarán conmigo dentro de treinta días.

La carta de hoy va a sus manos por dos motivos. Primero, porque el soldado desconocido al cual se dirigió hace tiempo tiene que darle a usted cuenta, como es costumbre entre soldados, de lo que aquí ocurre, y en segundo lugar, porque supongo que escribirá reiteradamente a otros soldados desconocidos pretendiendo comunicarles con sus cartas energías, ánimo y valor. Y fe.

Señorita Adi, esto último es el motivo principal. La fe puede exhibirse sin duda muy bien en el papel, pero cuando es prostituida, como aquí en esta ciudad arrasada de orillas del Volga; cuando, como aquí, se descubre que la fe en la buena causa no ha sido otra cosa que tiempo perdido inútilmente, entonces hay que advertir a todo el mundo para que no se deje convertir a ella.


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