El juguete rabioso

"Sí, vida… vos sos linda, vida… ¿sabés? De aquí en adelante adoraré a todas las cosas hermosas de la Tierra… cierto… adoraré a los árboles, y a las casas y a los cielos… adoraré todo lo que está en vos… además… decíme, vida ¿no es cierto que yo soy un muchacho inteligente? ¿Conociste vos alguno que fuera como yo?"

Después me quedé dormido.

El primero en entrar a la librería esa mañana fue don Gaetano. Yo le seguí. Todo estaba como lo habíamos dejado. La atmósfera con un relente de moho, y allá en el fondo, en el lomo de cuero de los libros, una mancha de sol que se filtraba por el tragaluz.

Me dirigí a la cocina. La brasa se había extinguido, aún húmeda de agua, con la que hiciera un charco al lavar los platos Dío Fetente.

Y fue el último día que trabajé allí.

 

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