Los Lanzallamas

HAFFNER CAE

A las once de la noche el Rufián Melancólico seguía a lo largo, con paso lento, de la diagonal Sáenz Peña.

Involuntariamente recordaba la conversación sostenida con Erdosain. Un ligero malestar acompañaba a este recuerdo; hacía mucho tiempo que no experimentaba una sensación de repugnancia liviana como la que lo acompañó después de apartarse de Erdosain.

En la esquina de Maipú y la diagonal se detuvo. Obstruían el tráfico largas hileras de automóviles, y observó encuriosado las fachadas de los rascacielos en construcción. Perpendiculares a la calle asfaltada cortaban la altura con majestuoso avance de trasatlánticos de cemento y de hierro rojo. Las torres de los edificios, enfocadas desde las crestas de los octavos pisos por proyectores, recortan la noche con una claridad azulada de blindaje de aluminio.

Los automóviles impregnan la atmósfera de olor a caucho quemado y gasolina vaporizada.

El Rufián soslaya de una mirada el perfil de una dactilógrafa, y continuó su soliloquio.

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