Los Lanzallamas

EL ABOGADO Y EL ASTRÓLOGO

Un minuto después entraba el abogado amigo de Haffner.

—Yo lo esperaba —dijo el Astrólogo, yendo a su encuentro—. Usted se retiró de una forma extraña la otra mañana, de nuestra reunión. Tome asiento.

El Abogado ocupó él mismo lugar en que antes estuviera Barsut. Pero una vez que se hubo sentado, al mirar el mapa de los Estados Unidos, tatuado de banderas negras, se levantó y, acercándose al escritorio, examinó con detenimiento el trabajo del Astrólogo.

—¿Qué es esto? —murmuró.

—Los territorios donde domina el Ku Klux Klan…

—Ah… —dijo, y retirándose se sentó nuevamente.

Era un guapo joven. Si algo había en él de característico era una desenvoltura ágil, cierto aire de autoridad, como si estuviera acostumbrado al mando. Bajo su traje raído y muy arrugado se adivinaba un cuerpo recio, sumamente trabajado por la gimnasia.

“Un hombre caído en desgracia”, pensó el Astrólogo, mientras se paseaba por el cuarto con las manos a las espaldas. El pensamiento trabajaba bajo todos los nervios de su semblante romboidal. De pronto, volviendo medio rostro al abogado, le lanzó la pregunta:

—¿Usted enarboló una bandera de oro en la Facultad de Derecho, no?

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