Los Lanzallamas

EL PASEO

Caminan ahora.

La Bizca, tan ajustada la blusa y el corpiño que sus pezones se marcan en la seda roja de su bata. Erdosain marcha a su lado, con una mano apoyada flojamente en su brazo.

Atraviesan calles, van a la ventura, sin rumbo. Silenciosos. Piensa despacio, mientras que la Bizca hace observaciones pueriles respecto al tráfico, que Erdosain no escucha ni ve. Camina ensordecido por la baraúnda de sus pensamientos. Se dice: “¿Por qué, viviendo, realizamos tantos actos inútiles, cobardes, o monstruosos?”

Las fachadas de las casas pasan ante sus ojos, borrosas como estampas de un filme. Se oye en la distancia un silbido ronco de sirena. Es algún barco que entra al puerto. Erdosain cierra los ojos. Una voz interior le dice: “En estos instantes más de una barca se separa de un puerto de tablas, en la orilla de un río. La barca cubierta de oscuridad lleva su cocina encendida y hombres silenciosos que, en círculo, escuchan a otro que toca un acordeón”.

Erdosain camina, automáticamente, tomado del brazo de la Bizca. Soliloquea:

—No es posible seguir así, no es posible.

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