Los Lanzallamas

Prólogo

Los lanzallamas, gran fresco expresionista, que produce en lo literario la ruptura de volúmenes exteriores y visuales de las cosas, injerta en 1931 aquel grito de Büchner: “Seamos esenciales”. Pero fuera de las coordenadas tempoespaciales de esa primera mitad del siglo XX ―que marcha hacia la segunda Guerra mientras se gesta el existencialismo sartreano― Roberto Arlt carece de sentido.

En cambio, si conseguimos figurar la coherencia del marco histórico, los fantasmagóricos habitantes de esta porteña Corte de los Milagros, que aparecieron ya en Los siete locos y aquí viven los episodios finales de sus vidas, pueden llegar a entusiasmarnos: nos enfrentan con un precursor tan caótico como único.

En su quinta de Temperley, el Astrólogo monologa con Hipólita; “con”, pues si bien monologa, la motivadora, Hipólita, no puede faltar. El replanteo esencial fluye: el sentido de la vida, nuestra civilización, la felicidad del hombre, el hombre frente a la verdad, el sentido del conocimiento, Dios, la mujer.



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