Los Lanzallamas

LA FÁBRICA DE FOSGENO

Barsut, dos cuadras antes de llegar a la estación de Temperley, vio a Erdosain que cruzaba la franja blanca que la vidriera de un café lanzaba a la calzada.

Se detuvo un instante. Erdosain caminaba con las manos en el bolsillo por la orilla de la vereda, bastante agobiado. Tuvo tentaciones de chistarlo, pero se dijo que no había objeto en hablar; y observando cómo el otro se alejaba, entrando sucesivamente en planos de luz y de sombra al pasar bajo los focos, se encogió de hombros, pensando:

—Que le ayude al Astrólogo a enterrar al muerto.

Miró por la vidriera del café el reloj de pared. Eran las nueve y media. Algunos hombres jugaban a los naipes en un largo salón de piso cubierto de aserrín. Iba a entrar a tomar un café, recordó que no necesitaba cambiar billetes de cien pesos porque tenía algunos de diez, y se dirigió resueltamente a la estación, diciéndose:

—Me afeitaré y luego iré al cabaret.


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