Los Siete locos

LA PROPUESTA

El Astrólogo se disponía a acostarse cuando escuchó pasos en el sendero que conducía a la casa. Como el perro no ladró, entreabrió el postigo. Un paralelogramo de luz cortó las tinieblas hasta la cúpula de los granados y por este cajón amarillo vio avanzar a Erdosain, a quien la luz daba de lleno en el rostro.

—¡Qué curioso! —pensó el Astrólogo—. ¡Todavía no me había fijado que este muchacho usa sombrero de paja! ¿Qué es lo que querrá? —Y después de asegurarse que tenía el revólver en la cintura (este movimiento era instintivo en él) abrió la cerradura de la puerta y Erdosain entró.

—Creí que estaba acostado.

—Pase.

Erdosain pasó al escritorio. Todavía estaba allí el mapa de los Estados Unidos con las banderas negras clavadas en los territorios donde dominaba el Ku-Klux-Klan. El Astrólogo había estado trabajando en un horóscopo porque sobre la mesa estaba la caja de compases abierta. El viento que entraba por la reja movía los papeles, y Erdosain, después de esperar que aquél guardara algunos documentos en el armario, se sentó dando la espalda al jardín.

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