Los Siete locos

El cielo verdea a lo lejos, mientras que la poca elevada oscuridad envuelve aún los troncos de los árboles. Erdosain frunce el ceño. De su espíritu se desprenden vapores de recuerdo, neblinas doradas, rieles brillantes que se pierden en el campo de una tarde abovedada de sol. Y el rostro de la criatura, una carita pálida, de ojos verdosos y rulos negros, escapando debajo de un sombrerito de paño, se eleva de la superficie de su espíritu.














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