Barsut murmuró algo que Erdosain no entendió, luego con las manos empezó a friccionarse los músculos de los brazos y la epidermis se sonrojó suavemente. Iba a afeitarse los bigotes, sostuvo la navaja en el aire y volviendo la cabeza, dijo:
—¿Sabes? Creí que nunca tendrías el coraje de visitarme.
Erdosain sostuvo la estriada mirada verde, realmente aquel hombre tenía la faz de un tigre, y después de cruzarse de brazos, arguyó:
—Es cierto, yo también creía eso, pero ya vez, las cosas cambian...
—¿Tenes miedo de ir vos solo?
—No, lo que tengo es interés de verte a vos en la aventura...
Barsut apretó los dientes. Con el mentón empapado de espuma jabonosa y la frente arrugada poderosamente consideró a Erdosain y terminó por decir:
—Mirá, yo me creía un canalla, pero creo que vos... vos sos peor que yo. En fin, que sea lo que Dios quiera.
—¿Por qué decís que sea lo que Dios quiera?
Barsut se detuvo frente al espejo, apoyó los puños en la cintura, y lo que dijo no le sorprendió a Erdosain, que con el semblante sereno escuchó estas palabras: