—¿Quién me dice que esta circular no esté falsificada y que vos me tiendas una «cama» para asesinarme?
«¡Qué curiosa es el alma del hombre! —comentaba luego Erdosain—. Yo escuché esas palabras y ni un solo músculo del semblante se me alteró. ¿Cómo Gregorio había adivinado la verdad? No lo sé. ¿O es que él tenía también la mala imaginación mía?»
Encendió un cigarrillo y le contestó estas únicas palabras:
—Hacé lo que quieras.
Pero Barsut, que estaba en vena de conversar, repuso:
—¿Pero por qué no? Decíme: ¿Por qué no? ¿Qué tendría de extraño que vos me quisieras matar? Es lógico. Te quise robar la mujer, te denuncié, te di una paliza, ¡qué diablos!, tendrías que ser un santo para que no tuvieras ganas de matarme.
—¿Un santo? No, m'hijo, no lo soy. Pero te juro que mañana no te mataré. Algún día sí, pero mañana no.
Barsut se echó a reír alegremente.
—¿Sabes que sos notable, Remo? Algún día me matarás. ¡Qué curioso! ¿Sabes lo que me interesa de todo eso? La cara que pondrás al matarme. Decíme, ¿vas a estar serio o te vas a reír?