Las preguntas habían sido hechas con gravedad amistosa.
—Posiblemente esté serio. No sé. Creo que sí. Vos comprenderás que matarlo a otro no es juguete.
—¿Y no tenes miedo a la cárcel?
—No, ya que si te matara tomaría antes mis precauciones, y tu cadáver lo destruiría con ácido sulfúrico.
—Sos un bárbaro... A propósito, yo tengo una memoria más floja: ¿pagaste en la Azucarera?
—Sí.
—¿Quién te dio el dinero?
—Un rufián.
—Tenes pocos amigos, pero buenos... Entonces, ¿a qué hora me vas a venir a buscar mañana?
—A las ocho va ese hombre al comando... así es que...
—Mirá, no termino de creer que sea cierto, pero si Elsa está allá le voy a dar tantos sopapos que te prevengo que tendrán que pasar muchos años para que se los olvide.
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Cuando Erdosain salió se dirigió a una oficina de correos y le hizo un telegrama al Astrólogo.