A las nueve de la mañana Erdosain fue a buscarlo a Barsut.
Salieron sin decir palabra. Más tarde Erdosain reflexionaba sobre este viaje extraño en el cual el otro hombre fue hacia su destino sin oponer ninguna resistencia.
Refiriéndose a esas circunstancias, decía:
—Iba con Barsut como un condenado a muerte marcha hacia el paraje de la ejecución, abandonada toda su fuerza; con una sensación persistente, la del vacío ocupando los intersticios de mis entrañas.
«Barsut a su vez estaba ceñudo; yo comprendía que él allí, sentado junto a la ventanilla, con el codo apoyado en el pasamano, acumulaba furores para descargarlos contra el invisible enemigo que su instinto le advertía estaba oculto en la quinta de Témperley».
Erdosain continuó:
—A momentos me decía lo curioso que hubiera resultado para los otros pasajeros el saber que esos dos hombres, hundidos en el acolchado de cuero de los asientos, eran: uno el próximo asesino y el otro su víctima.