Los Siete locos

—No, por el momento no.

—¿Por qué?

—Porque no. Usted más que nadie necesita que la sociedad resulte para desaburrirse. Si usted es mi cómplice, es precisamente por eso... por aburrimiento, por angustia.

—Puede ser. Mañana, ¿a qué hora nos veremos?

—Este... a las nueve en la estación. Yo le llevaré el cheque. A propósito, ¿tiene cédula de identidad?

—Sí.

—Entonces no hay nada que temer. ¡Ah! una cosa. Le recomiendo que hable poco en la reunión y fríamente.

—¿Están todos?

—Sí.

—¿También el Buscador de Oro?

—Sí.

Apartando los ramojos que les castigaban los rostros, avanzaron hacia la glorieta. Era éste un quiosco fabricado con alfajías, y en los rombos de madera prendían sus tallos verdes los crecimientos de una madreselva cargada de campánulas violetas y blancas.

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