Después que salió Haffner, Erdosain, que tenía deseos de conversar con el Buscador de Oro, se despidió del Astrólogo y el Mayor. Erdosain se encontraba nuevamente inquieto. Antes de retirarse, e! Astrólogo le dijo en un aparte:
—No falte mañana a las 9, hay que cobrar el cheque.
Se había olvidado de «aquello». De pronto Erdosain miró en derredor como aturdido por un golpe. Necesitaba conversar con alguien; olvidarse de la negra obligación que ahora aceleraba los latidos de sus venas, bajo el ardiente sol del mediodía.
El Buscador de Oro le fue simpático. Por eso se acercó a él y le dijo:
—¿Quiere usted acompañarme? Quisiera conversar con usted de «allá abajo».
El otro lo observó con sus ojillos chispeantes, y luego dijo:
—Cómo no. Encantado. Usted me ha sido muy simpático.
—Gracias.
—Sobre todo por lo que me ha dicho de usted el Astrólogo. ¿Sabe que es formidable su proyecto de hacer la revolución social con bacilos de peste?
Erdosain levantó los ojos. Le humillaban casi esos elogios. ¿Era posible que alguien le diera importancia a las teorías que pensaba?