Los Siete locos

—¡Qué curioso! Quisiera representármelo en el manicomio y no puedo. Apenas si distingo un pedazo de cara y un ojo... Le prevengo que yo presentí el desastre. Le encontré una mañana, me contó todo y de pronto tuve la impresión de que sería desdichada a su lado... pero usted debe estar cansada. Yo tengo que salir. Le voy a decir a la patrona que le sirva la cena aquí.

—No... no tengo ganas.

—Bueno, entonces con su permiso. Aquí está el biombo. Haga como si estuviera en su casa.

Cuando Erdosain salió, la Coja le envolvió en una mirada singular, mirada de abanico que corta con una oblicua el cuerpo de un hombre de pies a cabeza, recogiendo en tangente toda la geometría interior de su vida.






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