Los Siete locos

No tenía un propósito determinado, reconocía que tenía el espíritu sucio de asco a la vida, y de pronto al ver que pasaba un tranvía hacia Plaza Once, a grandes saltos trepó a la plataforma. Ya en la boletería sacó pasaje de ida y vuelta a Ramos Mejía. Iba para allá como hubiera podido ir en otra dirección. Cansado, desconcertado con la certeza de que había arrojado su alma a un foso del cual ya no podría salir nunca más. Y esperándolo, la Coja. ¿No hubiera sido preferible ser capitán de navío y comandar un superdreadnought? Las chimeneas vomitarían torrentes de humo y en el puente de mando conversaría con el comandante de torre, mientras que en el corazón se le pintaría la imagen de una mujer que acaso no fuera su esposa. Mas, ¿por qué su vida era así? Y la de los otros también, también «así» como si el «así» fuera un cuño de desgracia que visto en otro era de relieve más borroso.







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