Los Siete locos

LOS ESPILA

El tren se detuvo en Ramos Mejía. El reloj de la estación marcaba las ocho de la noche. Erdosain bajó.

Una neblina densa pesaba en las calles fangosas del pueblo.

Cuando se encontró solo en la calle Centenario, bloqueado de frente y a las espaldas por dos murallas de neblina, recordó que al día siguiente lo asesinarán a Barsut. Era cierto. Lo asesinarían. Hubiera querido tener un espejo frente a sus ojos para ver su cuerpo asesino, tan inverosímil le parecía ser él (el yo) quien con tal crimen se iba a separar de todos los hombres.

Los faroles ardían tristemente vertiendo a través del fangal cataratas de luz algodonosa que goteaban en los mosaicos haciendo invisible el pueblo más allá de dos pasos. Un enorme desconsuelo estaba en Erdosain que avanzaba más triste que un leproso.

Tenía ahora la sensación de que su alma se había apartado para siempre de todo afecto terrestre. Y su angustia era la de un hombre que lleva en su conciencia un siniestro jaulón, donde entre huesos de pecados, bostezan teñidos de sangre, elásticos tigres, afirmando el ojo en una proyección de salto.

eXTReMe Tracker