Erdosain levantó bruscamente la cabeza, e Hipólita, como si hubiera estado pensando en él, dijo:
—Vos también... vos también fuiste muy desgraciado.
Erdosain tomó la frÃa mano de la mujer y apoyó en ella los labios.
Ella continuó despacio:
—A veces me parece un mal sueño esta vida. Ahora que me siento tuya me aparece otra vez la pena de otros tiempos. Siempre, en todas partes, sufrimientos.
Luego dijo:
—¿Qué es lo que habrá que hacer para no sufrir?
—Es que llevamos el sufrimiento en nosotros. Una vez llegué a pensar que flotaba en el aire... era una idea ridÃcula; pero lo cierto es que la disconformidad está en uno.
Callaron. Hipólita acariciaba con lentitud su cabello, de pronto la mano se apartó de su cabeza y Erdosain sintió que la mujer apretaba su mano contra los labios.
Erdosain, sentándose a su lado, murmuró:
—DecÃme, ¿qué te he hecho para que me hagas tan feliz? ¿No comprendes que haces bajar el cielo para mÃ? Nunca me habÃa sentido tan enormemente desgraciado.
—¿Nadie te ha querido?