Los Siete locos

UN CRIMEN

Erdosain levantó bruscamente la cabeza, e Hipólita, como si hubiera estado pensando en él, dijo:

—Vos también... vos también fuiste muy desgraciado.

Erdosain tomó la fría mano de la mujer y apoyó en ella los labios.

Ella continuó despacio:

—A veces me parece un mal sueño esta vida. Ahora que me siento tuya me aparece otra vez la pena de otros tiempos. Siempre, en todas partes, sufrimientos.

Luego dijo:

—¿Qué es lo que habrá que hacer para no sufrir?

—Es que llevamos el sufrimiento en nosotros. Una vez llegué a pensar que flotaba en el aire... era una idea ridícula; pero lo cierto es que la disconformidad está en uno.

Callaron. Hipólita acariciaba con lentitud su cabello, de pronto la mano se apartó de su cabeza y Erdosain sintió que la mujer apretaba su mano contra los labios.

Erdosain, sentándose a su lado, murmuró:

—Decíme, ¿qué te he hecho para que me hagas tan feliz? ¿No comprendes que haces bajar el cielo para mí? Nunca me había sentido tan enormemente desgraciado.

—¿Nadie te ha querido?

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