Los Siete locos

Ergueta se sintió maravillado de su descubrimiento. El ya no era un hombre, sino un espíritu, «sensación pura de alma», con riberas nítidamente recortadas dentro de la carnicera armazón de su físico, como las nubes en los espacios infinitos.

Estaba ligeramente alegre. Ya noches anteriores tuvo la certeza de que podía apartarse de su cuerpo, dejarlo abandonado como a un traje. Al descubrirla, esta súbita seguridad le proporcionó un miedo liviano. Hasta en determinados momentos tuvo en la epidermis la sensación que sólo se tocaba con los bordes de su alma, de forma que el equilibrio de su cuerpo próximo a caer, y el de su piel, le causaba náuseas. Era como si descendiera a suma velocidad en un ascensor.









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