A las ocho de la noche llegó a su casa.
—El comedor estaba iluminado... Pero expliquémonos —contaba más tarde Erdosain—, mi esposa y yo habÃamos sufrido tanta miseria, que el llamado comedor consistÃa en cuarto vacÃo de muebles. La otra pieza hacÃa de dormitorio. Usted me dirá cómo siendo pobres alquilábamos una casa, pero éste era un antojo de mi esposa, que recordando tiempos mejores, no se avenÃa a no «tener armado» su hogar.
«En el comedor no habÃa más mueble que una mesa de pino. En un rincón colgaban de un alambre nuestras ropas, y otro ángulo estaba ocupado por un baúl con conteras de lata y que producÃa una sensación de vida nómade que terminarÃa con un viaje definitivo. Más tarde, cuántas veces he pensado en 'la sensación de viaje' que aquel baúl barato, estibado en un rincón, lanzaba a mi tristeza de hombre que se sabe al margen de la cárcel.
«Como le contaba, el comedor estaba iluminado. Al abrir la puerta me detuve. Aguardábame mi esposa, vestida para salir, sentada junto a la mesa. Un tul negro cubrÃa hasta el mentón su carita sonrosada. A su derecha, junto a los pies, estaba una valija, y al otro lado de la mesa un hombre se puso de pie cuando yo entré, mejor dicho, cuando la sorpresa me detuvo en el umbral.