Meditaciones

Si nos demoramos un momento en el ambiente familiar de Marco Aurelio, en el que transcurrió su niñez y juventud, podemos destacar el aire señorial, con el mejor tono patricio, de que se vio rodeado. La familia de los Veros, de origen hispánico (su bisabuelo Anio Vero había venido a Roma como pretor desde la Bética en tiempos de Vespasiano), se había ennoblecido pronto y firmemente establecido en altos cargos de la administración. El emperador Adriano honraba a este abuelo Vero con una amistosa confianza, y a través de esa amistad llegó a apreciar a su nieto, al que designó como su mediato sucesor en la adolescencia de Marco. La madre, culta y piadosa, era una gran dama, heredera de una notable fortuna (que Marco Aurelio cederá como dote a su hermana Ania Comificia, con total desprendimiento), con una hermosa villa en el Monte Celio, donde transcurren los años primeros de ese muchacho meditativo y ascético, que a los diecisiete años es designado futuro emperador. Su biógrafo Capitolino nos cuenta que, al tener que trasladarse por tal motivo al Palacio de Tiberio, en el Palatino, adoptado por la familia de T. Aurelio Antonino, dejará esos jardines con gran pesar. La anécdota es de dudosa autenticidad, pero significativa. Y es curioso que en su libro de recuerdos agradecidos, Marco Aurelio no aluda siquiera de paso al emperador Adriano, que, en un gesto de simpatía, le legó la corona imperial. (En latente contraste, cuando ensalza la sencillez de Antonino, pueden leerse, entre líneas, censuras a la conducta de Adriano.)

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