EL señor Knightley podía pelearse con ella, pero Emma no podía pelearse consigo misma. Él estaba tan contrariado que tardó más de lo que tenía por costumbre en volver a Hartfield; y cuando volvieron a verse la seriedad de su rostro demostraba que Emma aún no había sido perdonada. Eso a ella le dolía, pero no se arrepentía de nada. Al contrario, sus planes y sus procedimientos cada vez le parecían más justificados, y el cariz que tomaron las cosas en los días siguientes le hicieron aferrarse aún más a sus ideas.
El retrato, elegantemente enmarcado, llegó sano y salvo a la casa poco después del regreso del señor Elton, y una vez estuvo colgado sobre la chimenea de la sala de estar subió a verlo, y ante la pintura balbuceó entre suspiros las frases de admiración que eran de rigor; y en cuanto a los sentimientos de Harriet era evidente que se estaban concretando en una sólida e intensa inclinación hacia él, según su juventud y su mentalidad se lo permitían. Y Emma quedó vivamente satisfecha al ver que ya no se acordaba del señor Martin más que para hacer comparaciones con el señor Elton, siempre extremadamente favorables para este último.