Emma

CAPÍTULO X

A pesar de estar ya a mediados de diciembre, el mal tiempo aún no había impedido a los jóvenes realizar sus acostumbrados paseos; y al día siguiente Emma tenía que visitar a un enfermo de una familia pobre, que vivía a cierta distancia de Highbury.

Para ir a esta cabaña, que quedaba apartada, debía pasar por el callejón de la Vicaría, un callejón que nacía en la ancha aunque irregular calle mayor del pueblo; y allí, como es de suponer por su nombre, se hallaba la bienaventurada mansión del señor Elton. Primero había que pasar frente a una serie de casas más modestas, y luego, después de andar alrededor de un cuarto de milla, aparecía el edificio de la vicaría; una casa antigua y sin grandes pretensiones que no podía estar más pegada al camino. Su situación no era muy buena; pero su actual propietario había introducido en ella muchas mejoras; y en aquellas circunstancias no era posible que las dos amigas pasaran por delante sin moderar el paso y aguzar la vista.

El comentario de Emma fue:

—Aquí la tienes. Aquí vendrás tú y tu álbum de charadas uno de esos días.

El de Harriet fue:

—¡Oh, qué preciosidad de casa! ¡Pero qué bonita es! ¡Mira, las cortinas amarillas que le gustan tanto a la señorita Nash!

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