Emma

Ninguna de las damas presentes estuvo de acuerdo con esta opinión. Todas protestaron de aquella dura crítica. No, no le faltaba energía ni mucho menos… no era una letra grande, pero sí muy clara y de mucho carácter. Preguntaron a la señora Weston si no llevaba encima ninguna carta suya para poderla enseñar. Pero aunque había tenido noticias suyas hacía muy poco tiempo, ya había contestado a su carta y la tenía guardada.

—Si estuviéramos en la otra sala —dijo Emma—, donde tengo mi escritorio, podría enseñarles una muestra. Tengo una nota suya que me escribió. ¿No recuerdas que un día le hiciste escribirme una nota en tu nombre?

—Fue él quien se empeñó en…

—Bueno, bueno, el caso es que tengo la nota. Después de la cena se la enseñaré para convencer al señor Knightley.

—¡Oh! Cuando un joven tan galante como el señor Frank Churchill —dijo secamente el señor Knightley— escribe a una dama tan encantadora como la señorita Woodhouse, es de esperar que se esfuerce en hacerlo lo mejor que sepa.

La cena estaba servida… y la señora Elton, antes de que le dijeran nada ya estaba dispuesta; y antes de que el señor Woodhouse se le acercase para ofrecerle su brazo y entrar juntos en el comedor, dijo:

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