–CONFÍO en que pronto tendré el placer de presentarle a mi hijo —dijo el señor Weston.
La señora Elton, muy predispuesta a suponer que con este deseo se le tenía una atención muy particular, sonrió amabilísimamente.
—Supongo que habrá usted oído hablar de un tal Frank Churchill —siguió él—, y que sabrá usted que es mi hijo, a pesar de que no lleve mi apellido.
—¡Oh, sí, desde luego! Y tendré mucho gusto en conocerle. Estoy segura de que el señor Elton se apresurará a visitarle; y tanto él como yo tendremos un gran placer de verle por la Vicaría.
—Es usted muy amable… Estoy seguro de que Frank se alegrará mucho de conocerla. La semana que viene, y tal vez incluso antes, estará en Londres. Nos hemos enterado por una carta suya que hemos recibido hoy. La he visto esta mañana, y al ver la letra de mi hijo me he decidido a abrirla… aunque no iba dirigida a mí, sino a la señora Weston. Verá usted, es mi esposa la que suele escribirse con él. Yo apenas recibo cartas suyas.