Emma

CAPÍTULO XLV

MIENTRAS regresaba andando a su casa, las meditaciones de Emma no fueron interrumpidas; pero al entrar en el salón encontró allí a quienes debían distraerla de sus pensamientos. El señor Knightley y Harriet habían llegado durante su ausencia y estaban conversando con su padre. El señor Knightley al verla se levantó inmediatamente, y con un aire más serio que de costumbre dijo:

—No quería irme sin verla, pero no tengo tiempo que perder, o sea que tengo que ir directamente al asunto. Me voy a Londres a pasar unos días con John e Isabella. ¿Quiere usted que les dé o les diga algo de su parte, además del «afecto» que no puede transmitirse por una tercera persona?

—No, no, nada. Pero ¿lo ha decidido usted de repente?

—Pues… sí… más bien sí… Hace poco que se me ha ocurrido la idea.

Emma estaba segura de que él no la había perdonado; su actitud era distinta. Pero confiaba que el tiempo le convencería de que debían volver a ser amigos. Mientras él seguía de pie, como dispuesto a irse de un momento a otro pero sin acabar de hacerlo, su padre empezó a hacer preguntas.

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