Emma

—¡Oh! —exclamó Jane, ruborizándose y mostrando una incertidumbre que a Emma le pareció que le sentaba infinitamente mejor que toda la elegancia de su habitual frialdad—. No había ningún peligro. El único peligro hubiese sido que yo la aburriese. No podía usted hacerme más feliz que expresando un interés… La verdad, señorita Woodhouse —hablando ya con más calma—, soy muy consciente de que he obrado mal, muy mal, y por eso mismo me resulta mucho más consolador el que aquellos de mis amigos cuya buena opinión vale más la pena de conservar, no están enojados hasta el punto le que… No tengo tiempo para decirle ni la mitad de lo que quería explicarle. No sabe lo que deseo disculparme, excusarme, decir algo que me justifique. Creo que es mi deber. Pero por desgracia… Sí, a pesar de su comprensión, no puede usted admitir que seamos siendo amigas…

—¡Oh, por Dios! Es usted demasiado escrupulosa —exclamó Emma efusivamente, cogiéndole la mano—. No tiene que darme ninguna excusa; y todo el mundo a quien podría usted pensar que se las debe, está tan satisfecho, incluso tan complacido…

—Es usted muy amable, pero yo sé cómo me he portado con usted… ¡De un modo tan frío, tan artificial! Estaba siempre representando mi papel… ¡Era una vida de disimulos! Ya sé que ha tenido que disgustarse conmigo…

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