Emma

CAPÍTULO LIV

PASÓ el tiempo. Unos días más y llegaría la familia de Londres. Algo que asustaba un poco a Emma; y una mañana que estaba pensando en las complicaciones que podía traer el regreso de su amiga, cuando llegó el señor Knightley todas las ideas sombrías se desvanecieron. Tras cambiar las primeras frases del alegre encuentro, él permaneció silencioso; y luego en un tono más grave dijo:

—Tengo algo que decirle, Emma. Noticias.

—¿Buenas o malas? —dijo ella con rapidez mirándole fijamente.

—No sé cómo deberían considerarse.

—¡Oh! Estoy segura de que serán buenas; lo veo por la cara que pone; está haciendo esfuerzos para no sonreír.

—Me temo —dijo él poniéndose más serio—, me temo mucho, mi querida Emma, que no va usted a sonreír cuando las oiga.

—¡Vaya! ¿Y por qué no? No puedo imaginar que haya algo que le guste a usted y que le divierta, y que no me guste ni me divierta también a mí.

—Hay una cuestión —replicó—, confío en que sólo una, en la que no pensamos igual.

Hizo una breve pausa, volvió a sonreír, y sin apartar la mirada de su rostro añadió:

—¿No se imagina lo que puede ser? ¿No se acuerda…? ¿No se acuerda de Harriet Smith?

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