Orgullo y prejuicio

CAPÍTULO XXIII

Elizabeth estaba sentada con su madre y sus hermanas meditando sobre lo que había escuchado y sin saber si debía o no contarlo, cuando apareció el propio Sir William Lucas, enviado por su hija, para anunciar el compromiso a la familia. Entre muchos cumplidos y congratulándose de la unión de las dos casas, reveló el asunto a una audiencia no sólo estupefacta, sino también incrédula, pues la señora Bennet, con más obstinación que cortesía, afirmó que debía de estar completamente equivocado, y Lydia, siempre indiscreta y a menudo mal educada, exclamó alborotadamente:

―¡Santo Dios! ¿Qué está usted diciendo, sir William? ¿No sabe que el señor Collins quiere casarse con Elizabeth?

Sólo la condescendencia de un cortesano podía haber soportado, sin enfurecerse, aquel comportamiento; pero la buena educación de sir William estaba por encima de todo. Rogó que le permitieran garantizar la verdad de lo que decía, pero escuchó todas aquellas impertinencias con la más absoluta corrección.

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