(Bajo una tormenta sin fin, las decisiones pesan más que las armas, y la redención se tiñe de sangre.)
La batalla final no empezó con un rugido de trompetas, sino con un susurro: el temblor de la tierra, el lamento del viento atrapado entre las torres de Urithiru. Los Portadores del VacÃo, montados en su propia tempestad, se lanzaron contra el último bastión humano.
Dalinar, ahora ancla de la resistencia, lideraba no solo con espada, sino con juramentos forjados en dolor y renacimiento. Su voz resonó por las almenas:
—¡No luchamos por venganza! ¡Luchamos por quienes no pueden pelear!
A su lado, Navani comandaba a los fabrialistas, intentando mantener el escudo de la torre activo. Sin embargo, los ataques de Odium no solo rompÃan piedra: buscaban quebrar la voluntad misma de los defensores.
Kaladin, regresado de la pesadilla de Kholinar, apenas un fantasma de su antiguo yo, se lanzaba al combate sin reservas. Cada golpe de su lanza era un latido de rabia reprimida. Cada salto impulsado por la luz de la tormenta era un grito mudo de desafÃo.
—No permitiré que nos quiten más —murmuró, jurándose a sà mismo, mientras protegÃa a sus compañeros de un aluvión de rayos negros.