(Cuando la esperanza parece desmoronarse, la lealtad y la traición queman los cimientos del último refugio.)
El humo de la batalla aún impregnaba las torres de Urithiru. Las heridas visibles podÃan cerrarse, pero las invisibles supuraban silenciosas. La humanidad habÃa resistido... apenas.
Dalinar Kholin, agotado y quebrado, caminaba entre los escombros de su ciudad. HabÃa liderado, habÃa luchado, habÃa sobrevivido. Pero no era suficiente.
—Hemos vencido una batalla —dijo, su voz ronca—. No la guerra.
Los Radiantes contaban sus muertos, cada pérdida un recordatorio cruel de su fragilidad. Shallan, después de enfrentar la verdad de su alma, parecÃa más entera, aunque sus ojos delataban un abismo que aún no habÃa cerrado.
Kaladin, por su parte, se mantenÃa de pie solo por terquedad. La culpa por Elhokar, por Kholinar, por cada vida perdida, pesaba más que cualquier armadura. Syl no lo abandonaba, flotando a su lado como una chispa obstinada.
—No puedes salvar a todos —le dijo ella—. Pero puedes seguir intentándolo.
Mientras tanto, el verdadero veneno comenzaba a filtrarse entre los sobrevivientes: la desconfianza.