A los dieciocho años, la señorita Murray debÃa abandonar la tranquila oscuridad del cuarto de estudios para entrar en el esplendor del mundo distinguido, o al menos de aquel mundo distinguido que podÃa encontrarse fuera de Londres, ya que era imposible persuadir a su papá de que abandonara sus placeres y actividades rurales, ni siquiera para pasar unas semanas en la ciudad.
La señorita debÃa hacer su debut el 3 de enero, en un magnÃfico baile al que su mamá se proponÃa invitar a toda la nobleza y la aristocracia de O. y su vecindad en veinte millas a la redonda. Naturalmente, la muchacha esperaba aquel acontecimiento con enorme impaciencia y locas ensoñaciones.
—Señorita Grey —me dijo una tarde, un mes antes del importantÃsimo dÃa, mientras yo escudriñaba una larga e interesante carta de mi hermana, que solo habÃa podido mirar por encima por la mañana para comprobar que no contenÃa malas noticias y que habÃa guardado hasta entonces, incapaz de encontrar un momento de paz para leerla—. ¡Señorita Grey, deje esa aburrida y estúpida carta y escúcheme! Estoy segura de que mi conversación será mucho más divertida que lo que está leyendo.
La muchacha se sentó en un escabel a mis pies, y yo, ahogando un suspiro de fastidio, comencé a doblar la carta.