—¡Qué pena! ¡Ojalá el señor Hatfield no se hubiera precipitado tanto! —dijo Rosalie al dÃa siguiente, a las cuatro de la tarde, con un larguÃsimo bostezo, poniendo a un lado el punto y lanzando una mirada indiferente hacia la ventana—. No hay ningún aliciente que te haga salir, nada interesante a la vista. ¡Los dÃas son tan largos y aburridos cuando no hay fiestas! Y no hay ninguna esta semana, ni la que viene, que yo sepa.
—Es una lástima que fueras tan dura con él —dijo Matilda, a quien se dirigÃa esta queja—. No volverá, y sospecho que después de todo te gustaba. Yo confiaba en que lo aceptases como galán y me dejaras al querido Harry.
—¡Qué tonterÃa! Si es que tengo que contentarme con uno, mi galán, Matilda, tendrá que ser un verdadero Adonis, la admiración de todo el mundo. Siento haber perdido a Hatfield, lo confieso; pero el primer hombre decente que venga a sustituirle será más que bienvenido, ¡quizá sean varios! Mañana es domingo… Me pregunto cómo estará y si será capaz de oficiar. Lo más probable es que se excuse alegando un resfriado y que el señor Weston ocupe su lugar.
—¡Oh, no! ¡No lo hará! —exclamó Matilda, con cierto desdén—. Es tonto, pero no tan débil como para hacer eso.